A vueltas sobre el "producto turístico cubano"

Elías Amor Bravo, economista

Ahora resulta que el producto turístico cubano, la imagen con que se pretende atraer a 4 millones de turistas en 2017 es, según la directora general de Mercadotecnia del Mintur, María del Carmen Orellana, la combinación de “seguridad, la paz, el patrimonio, la historia y la cultura”, elementos que, en su opinión, definen a la “mayor de las Antillas”. Una nota publicada en el diario oficial del régimen, Granma, se hace eco de estas declaraciones que vamos a analizar en este post.

La idea de las autoridades de la política turística castrista es que la isla no sólo ofrezca «más que sol y playa», sino introducir otros valores que permitan consolidar el destino, ahora que parece que los vientos de cola empiezan a ser favorables.

Y para ello, la directora general de Mercadotecnia del Ministerio de Turismo piensa que el uso de “las nuevas tecnologías de la comunicación”, permitirán impulsar un “redimensionamiento de la comercialización, promoción y publicidad” basado en los valores antes citados, a saber “seguridad, la paz, el patrimonio, la historia y la cultura”.  

Ojalá que no se equivoque. Mezclar elementos de inteligencia turística con “voluntades políticas” no suele dar buenos resultados. Me explico. Si se pretende superar la entrada de 2016, estimada en 3.700.000 viajeros, conviene mantener el pie en el acelerador y no dedicarse a otras banalidades sin fijar correctamente la dirección.

Vamos por partes. Los turistas que viajan a Cuba identifican, de forma mayoritaria, en la isla “sol y playa” como elemento principal de su atractivo. No pasa nada. Este potencial es importante y ha sido el origen de la captación de los principales mercados, básicamente Canadá y países europeos. Las grandes potencias turísticas, como España, arrancaron igualmente desde esa favorable combinación de atractivos. Perder esta referencia puede ser un grave error, cuando todavía la imagen del modelo no está consolidada. La competencia con otras potencias turísticas del Caribe se puede ver afectada. Por supuesto que Cuba posee otros elementos fundamentales culturales, patrimoniales, golf, a los que se unen aspectos relativos a la salud, naturaleza, y recorridos y circuitos. Pero el turista viaja a la isla para tener contacto con las playas, el mar y disfrutar de actividades directamente relacionadas con ese potencial, desde la pesca, a la náutica, pasando por el buceo, o la tranquilidad y el descanso.

Con todo ese potencial, pensar en “seguridad, la paz, el patrimonio, la historia y la cultura” es rizar el rizo, y no darse cuenta, por ejemplo, que existen límites al crecimiento del turismo en la oferta que existe en el país, que sigue siendo limitada (65.000 habitaciones hoteleras, tienen muy poco que ver con las 80.000 de República Dominicana, por ejemplo) y poco organizada (17.000 casas particulares no suponen tampoco una oferta capaz de atender una demanda en expansión) sin que las inversiones estén dando los frutos buscados. La entrada de cruceristas, unos 46.000 según informaciones oficiales, sigue siendo escasa.

En tales condiciones, incluir en el producto turístico castrista la “seguridad” no deja de ser un aspecto controvertido. ¿De qué seguridad hablan? Tal vez de la que procede de la continua represión del régimen contra las manifestaciones pacíficas de los disidentes, como las Damas de Blanco, o la vigilancia delatoria de los comités de defensa de la revolución. ¿De verdad cree la directiva del ministerio que esa “seguridad” es del agrado de los turistas? Conozco a muchos que han viajado a la isla y al encontrarse con el monstruo del aparato represor, no vuelven más. Simplemente detestan las detenciones de personas que son introducidas en autos de la seguridad del estado a plena luz, en medio de protestas familiares que no son escuchadas. La represión en Cuba es tan visible que es difícil no tropezarse con alguna experiencia. Tal vez las autoridades deberían trabajar esa falsa “seguridad” para erradicarla y hacer que los turistas se sientan más libres y menos condicionados por un sistema que actúa como un gran hermano. Los viajeros se quejan de la absurda proliferación de cámaras de televisión en los edificios semiderruidos de las calles de La Habana. Si eso es seguridad, que venga alguien y lo explique.

El otro aspecto que se quiere fomentar es la "paz". Otra vez hay que preguntarse, ¿qué paz? La de un país cuya población aprovecha cualquier posibilidad para exiliarse o emigrar dejando atrás todo lo que poseen. Donde la libertad de expresión se encuentra reprimida por la ideología comunista, que no permite espacios alternativos. Donde el ejército, que gobierna el país, se encuentra de forma permanente en la vida civil, como en los últimos ejercicios de la llamada "operación bastión". Tal vez se refieren a paz porque Cuba haya sido la sede de negociaciones entre una banda de terroristas y un gobierno democrático. ¿A quién le interesa esa paz? Una falsa paz que se respira como violencia contenida en las calles de las ciudades, donde las protestas sociales por los bajos salarios, el racionamiento o la permanente escasez hacen la vida cotidiana muy difícil para los cubanos.

Y no quiero opinar sobre "patrimonio", cuyo estado es lamentable, sobre todo en extensas zonas de La Habana vieja, pero igualmente en otras poblaciones de la Isla, afectadas por la dejación y el abandono que supone la no existencia de derechos de propiedad. O qué decir de la "historia".¿De qué historia? ¿Tal vez la jerigonza que se ha inventado el régimen castrista de que antes de 1959 Cuba era una neocolonia dominada por unos oligarcas que impedían a la nación prosperar? Una falsedad que ya va siendo hora de denunciar y que cualquier viajero no puede comprender cuando se adentra, tan solo un poco, en el espacio de la verdadera historia de la nación contada por sus gentes al margen de la ideología oficial.

Por último la “cultura”, importante porque Cuba es una gran potencia mundial y eso es incuestionable. Pero hace falta que la única cultura deje de ser la oficial y que Celia Cruz o Gloria Estefan tengan su espacio de reconocimiento en la realidad cultural castrista. Lo se de buena tinta, muchos viajeros no entiende las prohibiciones en la isla a determinados artistas, y eso, créanme, también afecta al turismo.

Si de verdad quieren que el turismo crezca y permita a la economía desarrollar sus potencialidades, déjense de perder el tiempo y abran las puertas para que fluya la libertad. No hay nada mejor que ofrecer al turista internacional que la libertad de elección. Tengan en cuenta que la mayor parte de los turistas que llegan a Cuba proceden, por suerte, de países democráticos y libres en los que impera la ley y la democracia, el pluralismo y las libertades civiles. 

Tal vez por ello, cuando llegan a Cuba y observan lo distinta que es a sus países de origen piensan que no vale la pena volver. Así no se hace política turística. Así, lo que se hace es botar el dinero y perder el tiempo. En esto también hay mucho que trabajar.

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