Y después de todo, quieren inversiones extranjeras

Elías Amor Bravo, economista

Cuando un país quiere atraer capital extranjero tiene que definir un marco atractivo para que los empresarios puedan realizar sus proyectos y generar los recursos necesarios. La política de inversiones a nivel internacional se encuentra constreñida por las condiciones de la globalización. Unos países tienen éxito, otros no. En el caso de Cuba, hace unos días, la responsable del ramo decía que sólo dos años desde la entrada en vigor de la Ley de inversión extranjera era poco tiempo para evaluar el impacto de la misma. Yo digo que el problema no es la Ley, ni tampoco el escaso tiempo transcurrido, sino otras cosas.

Vean si no, las declaraciones de Salvador Valdés Mesa, vicepresidente del Con­sejo de Estado castrista, en la reunión del Secretariado Nacional del sindicato oficial del régimen, la CTC, donde analizó la marcha del proceso de presentación e información a los trabajadores del plan y presupuesto del 2016. Granma se ha hecho eco de ello en un artículo de Orestes Eugellés Mena, con el título “Cumplir para avanzar en la economía”.

La tesis subyacente es que “conocer los planes de producción y seguir su cumplimiento permite a los trabajadores evaluar y aportar más a la gestión del centro laboral”.

Eso ¿dónde? ¿quién ha demostrado que debe ser así?¿Es consciente Valdés Mesa del impacto de estas declaraciones? Vamos a explicarlo.

El ámbito de las relaciones laborales ha sido bien estudiado por los economistas.En los países occidentales, donde las condiciones de vida de los trabajadores han mejorado notablemente con el tiempo, el diálogo y la concertación social, son aspectos fundamentales para la negociación colectiva, que permite a las sociedades modernas avanzar, no tienen nada que ver con las consignas colectivistas y totalitarias de Valdés Mesa. Una de ellas, por ejemplo, afirmar que “todas las unidades empresariales de base deben cumplir sus programas productivos y de servicio establecidos para que la economía del país avance”. Enunciados de este tipo suenan más a propaganda que a otra cosa. Ni más ni menos.

En Cuba, donde el ejercicio de la libertad sindical es problemático, la histórica CTC se ha convertido en el eje sobre el que pivotan las relaciones laborales del régimen totalitario. Difícil papel para un sindicato que jugó un papel fundamental en la mejora de las condiciones de vida de los cubanos desde los años 40 del siglo pasado, pero que, por obra y gracia del régimen castrista, se ha convertido en una especie de pantalla de difusión controlada de las acciones del gobierno.

Me ha llamado la atención que Valdés insistiera que en las asambleas “los dirigentes sindicales deban dominar los indicadores económicos e iniciar los en­cuentros con temas de interés como el salario, los sistemas de pago y los servicios adicionales que puede prestar la empresa”. Pero, ¿de qué estamos hablando? ¿Es que no lo están? Alguien tendrá la responsabilidad de que eso sea así. En cualquier país del mundo, los trabajadores saben analizar, sin necesidad de sus representantes, las subidas y bajadas de los precios en el mercado mundial, los salarios, las condiciones laborales, en fin, todas las circunstancias que determinan el escenario productivo y laboral. Sus representantes están para otras cosas. Nada nuevo.

Asombroso que en las 18.000 asambleas de presentación del plan y presupuesto de la economía del presente año en las que han participado 700.000 trabajadores según informa Granma, se haya hablado básicamente de cuestiones como “medios de trabajo, piezas de repuesto para la producción, en la exigencia del presupuesto destinado a los me­dios de labor y protección del trabajo” además de “la contratación y arribo oportuno de las materias primas y la calidad de las mismas e inconformidades con el plan de aseguramiento, inversiones para los niveles de actividades previstas”.

Pero ¿es que realmente tienen que preocuparse los trabajadores sobre estos temas? Más bien no. No parece que este sea un asunto que les interese. Para ello deben estar los responsables de las or­ganizaciones superiores de dirección Em­pre­sa­rial, y en suma, los directores de empresas. Cabría preguntarse si realmente estas figuras existen en la economía castrista y si realmente pueden desempeñar sus funciones con los márgenes de libertad y autonomía necesarios.

Existen numerosos ámbitos en que los trabajadores pueden colaborar de forma muy positiva en el avance de las empresas en que trabajan. Existen abundantes experiencias que permiten incorporar a la parte laboral en los procesos de participación y gestión, pero rara vez tiene que ver con temas como la llegada de materias primas o de piezas de repuesto. Eso forma parte de una gestión directiva responsable que está en el origen del funcionamiento empresarial eficiente. Si Valdés Mesa quiere que los trabajadores hagan el trabajo de los directivos, en cierto modo es porque no los valora. Y entonces, cabe preguntarse, yo lo haría, si estas mismas ideas totalitarias y colectivistas y absurdas las quiere aplicar a las empresas de capital extranjero que inviertan en Cuba. Si realmente esta posición de un vicepresidente del Consejo de Estado se quiere trasladar al conjunto de la realidad empresarial existente en el país, no creo que una “cartera de proyectos” por muy atractiva que sea, pueda servir para atraer empresarios internacionales a Cuba.

Deberían revisar estas salidas de tono de los dirigentes de la revolución, y al menos, no exponerlas de manera tan explícita, porque muchos inversores extranjeros que tenían pensando impulsar algún proyecto en la isla, posiblemente tomen decisiones en sentido contrario, y hagan las maletas, al ver lo que pretende Valdés Mesa con los trabajadores de las empresas. Sin querer, o quizás queriendo, con sus declaraciones recogidas en Granma, está poniendo trabas a la inversión internacional. Alguien se lo debería advertir.

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