No es posible conseguir un socialismo próspero y sostenible en Cuba

Elías Amor Bravo, economista

Raúl Castro ha despedido el año ante la Asamblea nacional diciendo que “sabremos vencer cualquier reto en nuestro empeño de construir un socialismo próspero y sostenible”. Más claro, blanco y en botella. Ya no deben existir dudas al respecto. Mientras Raúl Castro siga en el poder, el inversor internacional que vaya a colocar su dinero en Cuba, el cubano de a pie que padece las consecuencias de este modelo durante más de medio siglo, el mundo entero que se mantiene atento a lo que está ocurriendo en la Isla, ya sabe que el régimen castrista nunca renunciará a sus principios “socialistas”, a saber, ausencia de un marco jurídico para el respeto a los derechos de propiedad privados, y planificación central burocrática de la economía con absoluto control de los medios de producción. Es decir, más de lo mismo, pero ahora con un apellido de difícil encaje desde los tiempos de Churchill, “socialismo próspero y sostenible”.
Para empezar, poca sostenibilidad tiene este socialismo castrista, si nos atenemos a las palabras mismas del dirigente de la llamada revolución, al presentar como un “buen resultado” el crecimiento del Producto Interno Bruto durante 2015 en un 4%, un dato que hemos puesto en duda en varias ocasiones, para después reconocer que el año próximo la economía no crecerá más del 2%, reduciendo su tasa a la mitad, y todo ello sin aportar muchos datos para saber por qué viene producido este vaivén de cifras. Bueno si, los mismos de siempre, “el impacto de la crisis económica internacional, el efectos del bloqueo estadounidense que mantiene Estados Unidos contra Cuba y las restricciones financieras externas”, en suma, más de lo mismo de siempre, para justificar los pésimos resultados de un modelo económico impuesto de manera coercitiva, a los cubanos, durante más de medio siglo.
El régimen atraviesa un momento crucial. Con la pérdida de la subvención encubierta del petróleo venezolano, la solución pasa por aceptar el capital extranjero para lo que se han definido reformas que siguen sin crear consenso entre los analistas sobre la oportunidad de invertir en la isla. Nadie quiere arriesgar su dinero en un país en el que, en cualquier momento, surgen las consabidas “limitaciones financieras oficiales para el cumplimiento de los compromisos asumidos con los acreedores extranjeros” que impiden una práctica normal de repatriación de beneficios, o cuando aparecen y desaparecen de forma inesperada, bolsas de deuda oculta que si bien se condonan o se aplazan por los acreedores, no ofrecen credibilidad internacional a los gestores de la economía a la hora de contactar con los mercados de capitales. Consecuencia, el bono cubano seguirá teniendo carácter de bono basura entre las empresas especializadas en mercados de capitales, y así estará durante muchos años.
Mi primer consejo. La credibilidad de una economía como la castrista, no se consigue mediante reformas de dudoso impacto como los llamados Lineamientos, o con el cumplimiento parcial de los acuerdos alcanzados en los procesos de renegociación de la deuda con otros estados y su sector privado, sino a través de una progresiva normalización y adecuación al conjunto de la economía mundial, que facilite su plena aceptación e inserción, en ello, lo de “socialismo próspero y sostenible” lejos de ayudar, solo sirve para crear más confusión.
Segundo consejo. Para afrontar ese menor crecimiento previsto para el año que viene, anunciado en el 2% del PIB pero que puede acabar siendo mucho menor, ya no valen las enseñanzas de Fidel Castro, referidas por su hermano, relativas a “páginas gloriosas de la revolución frente a dificultades, riesgos y amenazas”. Eso ya no vale, porque el tiempo de Fidel Castro es de mediados del siglo pasado, y ha llovido mucho desde entonces. Cuba, la economía castrista, ha estado encerrada en una cápsula temporal durante 57 años en la que los principios de la autarquía económica, el estalinismo y el colectivismo han permanecido como la esencia, y de pronto se han despertado en pleno siglo XXI, donde las nuevas tecnologías, la globalización del comercio y los capitales y el fracaso del comunismo y socialismo, abren un escenario al que se hace preciso converger cuanto antes con la economía mundial, no separarse. Ya lo han hecho chinos y vietnamitas, y el éxito les ha acompañado. 
Por ello, urge cuanto antes dejarse de esas boberías castristas y ponerse a trabajar. Y a trabajar en serio, porque los márgenes se han reducido.
¿Qué se debe hacer?
Aceptando que lo primero es devolver a la economía cubana el modelo de derechos de propiedad privada y asignación de recursos por el mercado, similar al que funciona en el resto del mundo, donde el estado desempeña un papel en las funciones clásicas de asignación, distribución y estabilidad económica, hay que atender, ante todo, a la corrección de los graves desequilibrios de la economía, tanto interno (déficit público) como externo (déficit externo) para que la economía sea realmente sostenible.
Estos objetivos se tienen que alcanzar ahora sin la tradicional cooperación ideológica y oportunista de los pueblos, ni con las ventajas de Venezuela, sino con decisiones valientes, de alcance, que permitan a los cubanos elegir su futuro económico con absoluta libertad, sin imposiciones ideológicas estatales, apostando por la libertad para obtener beneficios, generar empleo sin límites, asociarse con extranjeros y crear todo tipo de empresas, sin las restricciones que imperan en la actualidad.
Cada uno de los desafíos enunciados por Raúl Castro en la Asamblea tiene solución, sin necesidad de más "luchas o batallas", sino con reformas estructurales y decisiones correctas que aseguren el crecimiento económico, el aumento de la productividad y la recuperación de las cifras de población.
Por ejemplo, si se quiere “potenciar al máximo las reservas de eficiencia, concentrar los recursos hacia las actividades que generan ingresos por exportaciones y sustituyen importaciones, hacer más eficiente el proceso inversionista y crecer en las inversiones del sector productivo y de infraestructura, con énfasis en la sostenibilidad de la generación eléctrica y el crecimiento de la eficiencia en el uso de los portadores energéticos”, dejen a los privados actuar y decidir. 
¿Por dónde empezar? Una sugerencia: el sector de la construcción de viviendas. Cierto es que se tiene que hacer mucho, pero cuanto antes, mejor. Ajuste con los legítimos propietarios confiscados, para apostar después por la creación de un mercado libre de oferta y demanda de viviendas tanto para la compra como el alquiler, y después, libertad absoluta para el ejercicio empresarial, mercados mayoristas y apertura de establecimientos especializados en la venta de productos y materiales de construcción. Normas flexibles de planificación urbanística. En un plazo no muy lejano, este sector crece y genera empleo y rentas. Hagan la prueba. Si pretenden construir infraestructuras, abran el mercado interno a las empresas constructoras internacionales por medio de licitaciones transparentes y abiertas. Nunca conseguirán gran cosa a través de fórmulas de participación como las recogidas en la Ley de inversión extranjera. Esa es una vía muerta.
Son grandes los retos, pero hay que despertar. La cápsula ya no funciona. Es un mundo completamente nuevo. 2016 ya está ahí mismo.



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