El régimen castrista contra sus dirigentes empresariales

Recientes informaciones procedentes de Cuba vienen a confirmar la creciente presión y represión del régimen hacia los directivos de las empresas estatales “ineficientes”. Desde diversos organismos, como la Contraloría que dirige con mano dura Gladys Bejarano, o muy cerca del entorno de Raúl Castro donde se habla incluso de familiares directos implicados en esta tarea, se han habilitado dispositivos cuya principal finalidad es remover obstáculos a la implantación de las reformas contenidas en los llamados “lineamientos”.

Los ejes que conforman este nuevo discurso de la cúpula ideológica castrista son varios.

Primero, que las empresas estatales no funcionan de forma eficiente porque existe una burocracia que lo impide y obstaculiza en beneficio propio.

Segundo, que los “lineamientos” apuntan en la dirección que se debe circular para superar esos problemas de funcionamiento, y que un “buen revolucionario” debe ser fiel a esas órdenes que le llegan del estamento superior.

Tercero, quienes no sean capaces de impulsar esos cambios y transformaciones, serán removidos de sus puestos sin más contemplaciones.

No hay tiempo que perder y cuanto antes se gestionen las empresas de forma eficiente, más seguro se tendrá el puesto, con los privilegios que ello pueda suponer.

Los tres ejes vienen a coincidir en uno sólo: la “actualización” del socialismo tiene dificultades conceptuales, pero también técnicas, y no parece que a pesar de lo que dicen continuamente las autoridades del régimen, se haya pensado en cuál es la mejor forma de mejorar la eficiencia de una economía estatal, de corte estalinista, sin propiedad privada ni funcionamiento libre de empresa en los mercados.

No me cabe duda que los directivos de las empresas estatales cubanas hacen lo que pueden en su día a día. Dirigir en un entorno en que la discrecionalidad política, el intervencionismo, la planificación central de la producción y la ausencia de competencia directa son los elementos básicos que lo sustentan debe ser bastante irracional. En tales condiciones, seguir las órdenes que se transmiten, como si se tratase de una “economía cuartelera” es la mejor solución, posiblemente la única.

Y esas órdenes han sido durante medio siglo todo un cúmulo de despropósitos ideológicos e irracionales sobre la manera de enfocar la actividad empresarial, con un predominio de monopolios locales y/o provinciales, dependientes de organizaciones estatales o del partido único, a las que reportan sin más, que se ven obligados a transportar sus mercancías al otro extremo de la Isla, sin adecuados medios de transporte ni redes de distribución comercial.

Romper ese círculo vicioso no es fácil, y por mucho que desde el entorno de Bruno Rodríguez se piense en el “perfeccionamiento empresarial” como la solución, la realidad es que existen resistencias culturales, valores, comportamientos y actitudes en muchos directivos que se resisten a los cambios que, por otra parte, no parece que vayan en la dirección más adecuada. Resistencias que, por desgracia, tienen mucho que ver con la acción despiadada del régimen en diversas etapas de su historia contra cualquier brote de esplendor empresarial y productivo.

Desde las condenas de prisión por el uso de divisas en los años “revolucionarios”, la eliminación de normas contables y mercantiles de las empresas, a los cierres por decreto de los establecimientos de venta, a la calificación con despectivos términos como “merolicos” o “macetas” para aquellos que mostraban que en Cuba se podía obtener ingresos con el trabajo y el esfuerzo. La cultura instalada en el poder de un falso igualitarismo, en el que la libreta de racionamiento, la escuela al campo, los pioneros o las juventudes comunistas marcan un camino de una sola dirección para todo el mundo, sin tener en cuenta preferencias o sentimientos, ha calado intensamente en el sistema de valores de los directivos de las empresas.

Por ello, tan pronto como se ha empezado a procesar, primero a los corruptos, que al parecer afloran por doquier, justo ahora que la Contraloría hace de las suyas -pero que habría que preguntarse, tal vez, cuánto tiempo llevan ahí-, y después a los ineficientes y malos gestores, con argumentos similares, los directivos de las empresas en la Isla han empezado a temblar.

Granma dedica con cierta frecuencia artículos de recompensa a aquellos que se empeñan en mejorar el funcionamiento de sus organizaciones, y con la misma vehemencia, acusa públicamente a los que se resisten a las mejoras. La veda libre en Granma, monopolio informativo del régimen comunista, hace suponer lo peor. Nadie quedará a salvo, excepto ese núcleo de poder y de influencia cercano a la cúpula de los Castro que, a su manera, y sin estridencias, está produciendo igualmente su transformación.

No sabemos a ciencia cierta a dónde puede llevar todo esto. Jugar con las bases del funcionamiento de una economía de este modo tan arriesgado no parece prudente y ni responsable, pero el régimen castrista se ha pasado más de medio siglo hablando de un embargo exterior inexistente, y ha convencido a mucha gente inocente de esa estupidez, cuando realmente el embargo es interno y provocado por una economía estalinista que elimina de raíz la vocación emprendedora.

Tal vez la solución más adecuada sería la que siempre hemos propuesto: fijar un marco de reglas del juego común y estable para todos, basado en el ejercicio libre de la actividad empresarial privada, con derechos de propiedad estables y reconocidos, con un sistema de economía de mercado que progresivamente elimine los monopolios artificiales existentes, y flexibilice las condiciones de funcionamiento. Pero, como nada de esto se contempla en los “lineamientos” el escenario de futuro parece cuando menos confuso, y cabe suponer que la represión y la vendetta económica irá a más, generando no pocas situaciones críticas que, a la larga, podrán estallar por algún sitio. Es solo cuestión de esperar y ver.

Tomado de: Cubaliberal, 3 de octubre 2011

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